lunes, 17 de enero de 2011

POLITICA CULTURAL Y CRISIS DE LOS MUSEOS JMA


Política cultural y crisis de los museos

Atentado a la historia. El descuido y olvido del Museo Nacional de Arqueología en la década del sesenta fue alarmante para nuestro escritor, quien críticó la ausencia de una verdadera política cultural.

Por: José María Arguedas*

[*] El Dominical, 17 de abril de 1966. Fragmentos.

En el Suplemento de El Comercio, escribimos hace ya cerca de un año sobre lo que significan el temerario abandono en que se encuentra el Museo de Arqueología. Si allí, en el local de ese museo, prende, por cualquier circunstancia fortuita, una chispa, el edificio entero se quemará en pocos minutos. Gran parte de sus “muros” están hechos de cartón o de madera y fueron levantados como provisionales hace ya varias décadas.

Afirmamos en ese artículo que todo visitante sensible y con información elemental respecto del pasado del hombre americano, sale del Museo Nacional de Arqueología con impresiones contradictorias; asombro por la belleza y perfección de las obras [...] e, igualmente de asombro, por la forma miserable en que tales objetos están expuestos y depositados.

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El crucial período del Virreinato carece de un museo propiamente dicho (el que ocupa cinco habitaciones en el segundo piso de la Quinta Presa es minúsculo y poco digno del nombre que lleva) pero, el observador puede juzgar la importancia de ese período por algunos testimonios vivos muy representativos que ofrecen la arquitectura, la imaginería y la pintura coloniales. En cambio, la obra del hombre prehispánico, importante no solo para el Perú sino para toda la América, no solamente está representada de manera también vergonzosa sino con riesgo constantemente de la destrucción total de muestras insustituibles. La Comisión Nacional de Cultura aumentó el presupuesto del Museo Nacional de Arqueología casi en un 70% e hizo posible la ampliación de los servicios de la institución y el ingreso de algunos arqueólogos jóvenes al museo, en el cual el subdirector, un discípulo de Tello, dedicado al museo toda su vida, percibía en 1963, tres mil soles de sueldo mensual. Desde el despacho de la Casa de la Cultura clamamos ante el ministro de Educación y ante el presidente por la suerte del Museo de Arqueología, especialmente de su local, que nos causaba y nos causa en esta hora, verdadero espanto.

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No recordamos que ningún Estado, ni aún el fascista, haya considerado con tanto menosprecio su propio pasado. No encontramos tampoco indicios de que se trate de una discriminación contra lo prehispánico. Todo ha sido incluido. O bien premeditadamente involucrado en una “política” general de ahorros, aplicada a las entidades que carecen de padrinos en el Parlamento y en el propio Poder Ejecutivo.

Nos encontramos, entonces, frente a un anuncio de una medida que de algún modo habrá que denominarla “política cultural del Estado”. Esa política consiste, a juzgar por hechos incontrovertibles, en la neutralización de todas las instituciones oficiales de estudio o de difusión.

Deberá, por tanto, esperar o enfrentarse, el país, a una política que pone en riesgo valores que no pertenecen siquiera al patrimonio de una nación (el Perú tan viejo y joven) sino de la humanidad del hombre como tal. Y, en consecuencia, habremos de tomar una actitud militante cada quien como le parezca prudente o posible, contra esta política. Por nuestra parte, llamamos mediante estas líneas, a todos nuestros colegas, hombres de ciencia y artistas del Perú y de otros países a fin de que nos auxilien a defender lo que es de todos ellos y no únicamente nuestro.

Se trata de obras en que el ingenio humano alcanzó a demostrar al máximo de su capacidad para enfrentarse a lo infinito y para poder dominar el mundo externo.

¡No hay que dejar que esto lo destruyan quienes pretenden defender intereses temporales y muy pequeños! No hay que dejarlos.

Católicos, conservadores, socialistas, independientes, fascistas, monárquicos, ateos, deben reclamar porque nunca, ninguno de ellos pensó que, para conseguir lo que cada uno considera lo bueno para sí y para los demás, era o es necesario menospreciar o destruir las maravillas que el hombre hizo en su pasado y sobre los cuales se funda la nacionalidad y su proyección en el futuro.

[*] El Dominical, 17 de abril de 1966. Fragmentos.

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